Cultura sabia y popular
La cultura popular se caracteriza por su variedad, se puede decir que existen tantas variantes como los grupos que la producen y la consumen. Lo que más llama la atención es su permanente capacidad creadora, la búsqueda de nuevos cauces de expresión, en la adaptación a los nuevos patrones ideológicos o religiosos, o en su habilidad para resistir el envite de la reforma sin perder su identidad.
La cultura popular descansa
fundamentalmente en la tradición oral (cuentos, canciones) y visual
(estampas, imaginería, grabados) pero conforma la tradición impresa
ganaba terreno en la sociedad, fue desarrollando nuevos instrumentos
de difusión generando una producción escrita que ganaría terreno
rápidamente bajo la forma de pliegos, folletos, libros, de manera
que se ampliaba el horizonte cultural.
Nos referimos en estas líneas a tres
formas de comunicación escrita: los folletos y pliegos de cordel,
los libros baratos de venta ambulante y la literatura proverbial, que
constituyen un buen ejemplo de la interferencia mutua entre cultura
popular y cultura sabia.
Los pliegos del
cordel
Género literario de y para pobres, muy
popular y con gran difusión en países como Francia, Inglaterra y
España. Eran pliegos sueltos y manuscritos que llevaban los ciegos
atados a su cintura con una cinta o cordel, de ahí su nombre, y eran
vendidos por unas pocas monedas en las calles y plazas de las
ciudades y poblaciones rurales. Muchas veces eran cantados o
recitados por el propio vendedor para suscitar el interés del
público.
Más que la temática, que podía ser
muy variada, interesaba la forma en que se trataba, sentimental,
moralizante, jocosa o satírica; en muchos de ellos aparecían
ilustraciones para facilitar la comprensión del texto escrito.
Sirvieron de vehículo transmisor de la literatura culta, literatura
religiosa o de sucesos históricos.
En España alcanzó una enorme difusión hasta bien entrado el siglo XIX, siendo ampliamente utilizados para dar a conocer el Romancero, un género muy popular en la sociedad española, heredero de la tradición medieval, que todavía en el siglo XVI gozaría de gran popularidad y que, en los siglos posteriores evoluciona hacia una literatura que reivindica lo genuinamente popular, lo considerado vulgar por las élites pero que representa un signo de identidad para las masas, llegándose a editar millares de ellos hasta que Carlos III en 1767 prohíbe la impresión de estos romances de ciego.
La Biblioteca Azul de Troyes y otras colecciones
populares
Uno
de los cambios que favoreció la generalización de la cultura
escrita se produjo gracias a la visión de unos editores que
decidieron sacar a la venta una colección de libretos populares a un
precio menor en Francia que se denominaron Biblioteca azul.
Para ello, modificaron tanto el aspecto interno como el externo de
los libros. Esta nueva biblioteca nació en 1630 en Troyes bajo las
manos del editor Nicolás Oudot quien introduce una revolucionara
técnica para incrementar las ventas de dichos libros y así
conseguir más beneficios. Confeccionó unos librillos en pequeño
formato para que fueran más manejables, eligiendo un papel de peor
calidad, lo que hacía que el precio de los mismos también se
abaratara. Dichas obras eran vendidas por comerciantes ambulantes y
buhoneros. Eran adaptaciones de grandes clásicos confeccionados
al nuevo formato. Las obras van desde novelas picarescas hasta
tratados y manuales de comportamiento, preocupados por la educación.
En
la Biblioteca Azul destacan las obras picarescas, ya que están
destinadas no sólo a entretener, sino también a hacer reír y
agradar. Lo fantástico es convertido en humano al igual que el
héroe. Los protagonistas pertenecen a la sociedad, son integrantes
de un mundo real, no imaginario. Los personajes son mendigos,
bohemios, vendedores ambulantes… Además, este tipo de obras
podían ser del gusto tanto de las clases más altas, debido a que le
acercaban a un mundo desconocido para ellos, como de las clases más
bajas, puesto que se podían sentir identificados con los
protagonistas.
Los
libros están escritos por personas de alta condición social, y
también tienen cierta función pedagógica para los lectores.
Recordemos que estos libros no eran comprados únicamente para la
lectura individual, sino que muchas veces se convertían en agentes
de socialización y eran leídos en reuniones de familiares y amigos,
por lo que su mensaje llegaba a un gran número de receptores. Esto
no pasó desapercibido para los autores, por lo que, además de
incorporar determinadas enseñanzas morales, se cuidaron de escribir
cualquier indicio que empujara a estas clases populares hacia
cualquier tipo de revuelta, por lo que la estructura social y la
jerarquización estaba descrita tal como era concebida por las altas
capas.
A
la hora de interpretar el porqué del nacimiento de la Biblioteca
Azul nos encontramos con visiones opuestas. Unos autores ven en la
Biblioteca Azul un fenómeno más económico que cultural, es decir,
que la finalidad de Nicolás Oudot y sus seguidores no será ayudar a
la culturización de las clases populares urbanas y rurales, sino más
bien perseguir el lucro personal. Otros ven un fin mucho más
prolífico en el campo del saber. Defienden que el fin último de la
Biblioteca Azul era educar y acercar la literatura docta de una
manera más sencilla a las clases populares. Asimilando de esta
manera la cultura sabia a la cultura popular.
La literatura de proverbios
A fines del siglo XV apareció en algunas ciudades francesas un librito titulado Los dichos de Salomón con las respuestas de Marcolf, donde el gran sabio de la antigüedad comentaba proverbios rimados de un gran contenido moral.
Se pueden distinguir dos tipos de obras en cuanto a su contenido: los que contenían sentencias o máximas de los sabios o filósofos de la Antigüedad clásica, atribuidas a ellos, que les avalaba en su intención moralizante, y les daba un innegable prestigio entre la gente; y los que se atribuían a campesinos y plebeyos, deseosos de transmitir sus experiencias, y que también alcanzaron un crédito determinado sobre todo entre el público popular. Su autoría se atribuye generalmente a clérigos anónimos que se expresaban bajo forma literaria metafórica y sobre los típicos temas suficientemente conocidos por todo el mundo.
En el siglo XVI los humanistas reconocieron el enorme valor moralizante que suponía estas colecciones, por su lenguaje directo y fácilmente comprensible, de manera que empezaron a editar compilaciones similares donde se comentaba la significación del proverbio y su estructura lingüística para facilitar su estudio. Así, mientras en los ambientes campesinos y populares permanecieron prácticamente inalterados, en los ambientes cultos empezaron a sufrir mutaciones, cambiándose las palabras malsonantes por otras más refinadas. A principios del siglo XVII la mayor parte de los proverbios franceses fueron recogidos por Gilles de Noyers en su Tesoro de la lengua francesa, antigua y moderna (1606), pero su época de esplendor ya había pasado.
En el siglo XVIII prácticamente desaparecieron tras la crítica de los ilustrados que consideraron su contenido un cúmulo de ignorancia total, algo opuesto al progreso y la razón.
Los espacios culturales:
mundo urbano y mundo rural
La mayor circulación de fuentes impresas en la sociedad del Antiguo Régimen y el desarrollo de una cultura claramente asequible a las masas por razones económicas y lingüísticas, facilitó la aparición de grandes diferencias entre el medio urbano y el rural.
En el mundo rural la tradición
cultural siguió moviéndose durante mucho tiempo en una visión del
mundo animista y mágica, entre unas coordenadas culturales donde la
oralidad, gestualidad e iconografía eran fundamentales frente a la
escasa importancia concedida a las formas escritas debido, en gran
parte, a la ausencia de alfabetización; aún así, era común la
lectura en voz alta por lo que ésta funcionó como medio de
culturización; los campesinos suelen tener una mentalidad muy
cerrada y poco dispuesta a las influencias externas. Además, tienen
pocas ocasiones para establecer intercambios culturales; conscientes
de su inferioridad, de su ignorancia, se encontraban cohibidos ante
los habitantes de las ciudades.
La cultura urbana, por el
contrario, es más dinámica y receptiva a las novedades y los
intercambios culturales de todo tipo. En este ambiente, las fuentes
escritas fueron ganando terreno rápidamente. Los profesionales de la
justicia, los médicos, la burguesía comercial y de negocios,
necesitan la consulta frecuente de libros para el ejercicio de su
profesión, acostumbrados a sacar de los libros no sólo utilidad
sino placer. Es en ellas donde aparecen los primeros arrendadores de
libros, en la Francia de Luis XIV, las pioneras bibliotecas públicas
destinadas al préstamo individual.
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