LA COMPLEJIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA
La complejidad es y ha
sido característica propia de la cultura religiosa, así como las
diferentes y múltiples maneras de vivir la religión. Esto se
manifiesta tanto a nivel de Iglesia culta y popular como en la
práctica que une el hecho de actitudes de mayor interiorización de
la misma, como aquellas que responden más a aceptación y creencia
en hechos o fenómenos que ocurren por la intervención inexplicable
de lo divino. Normalmente se asocia esta tendencia a la superstición
y falta de cultura, aunque la historia demuestra que no
necesariamente van unidas las dos. En ellas pueden influir muchos
otros aspectos como puede ser la vivencia de la fe que experimentan
grupos de una clase social culta.
La sociedad del Antiguo
Régimen era una sociedad formalmente y fuertemente sacralizada,
teniendo como rasgo dominante la práctica de actos y elementos de
devoción que se consideraban necesarios para mantener la fe. Muchas
de estas prácticas continúan hoy día, como pueden ser el bautismo
en la parroquia, invocación religiosa en las comidas, la bendición
del cura en el matrimonio, la advocación a los santos,
acompañamiento de autoridades civiles en los actos de relevancia
religiosos, etc. Sin embargo, otras prácticas de religiosidad sí
resultan anacrónicas en nuestros días, como el abuso exagerado en
el culto a las reliquias de personas que se consideraban santos y la
morbosidad que rodeaba al hecho, llegando incluso a establecerse
mercancías con los mismos.
Así
mismo, otra de las características de la época moderna será la
aparición en el seno de la Iglesia católica de varias desviaciones
o religiones que diferían con la ortodoxia católica, como es el
caso de las Reformas protestantes iniciadas por Lutero, Calvino y
Zwinglio. Surgen como respuesta a diferentes criterios de
interpretación de los escritos bíblicos, así como diferencias en
la concepción de las liturgias y ciertos puntos del dogma. Del mismo
modo, la aparición del humanismo, corriente liderada por Erasmo de
Rotterdam y diversos intelectuales y artistas italianos, provoca una
reacción frente a la Iglesia oficial; nuevos pensamientos vinculados
con la inclusión de la razón como forma de llegar al conocimiento y
concepciones más humanas en las relaciones, que dieron lugar a
nuevas maneras de entender el hecho religioso. Todas estas
desviaciones tuvieron como respuesta por parte de la Iglesia oficial
una reforma interior cuyo programa se establecía en el Concilio de
Trento. Trento renunciará a la sencillez evangélica, rodeando los
oficios religiosos de una pomposa ceremonia, acompañada de grandes
movimientos de masas en actos públicos que conduzcan a la devoción,
intentando prescindir de los santos sanadores, asociados a posibles
supersticiones. Por otra parte, se introducirán nuevas devociones
como el Rosario. Las consecuencias y la crueldad en la ejecución de
determinadas disposiciones emanadas de Trento, como es el caso del
Tribunal de la Santa Inquisición, dieron lugar a que en el s.XVIII
se permitiese la entrada a un laicismo que veía una Iglesia
separada, desviada de la concepción evangélica, y que no ofrecía
soluciones a una sociedad que planteaba dudas y problemas, una
sociedad que quería respuestas más de acuerdo a los nuevos tiempos,
tan influenciados por la Ilustración.
LA DIALÉCTICA DE LAS CULTURAS
La cultura
como manifestación de ideas e ideologías, de actitudes mentales y creencias
profundas, de sentimientos y vivencias, de hábitos y costumbres cotidianas,
produce una multitud de formas y modalidades culturales que conforma una
estructura común de la que participan, en mayor o menor medida, todos los
grupos sociales. Todos construyen una identidad cultural que con el tiempo
incide en una separación entre grupos, lo que hace que hablemos de una cultura
fragmentada en parcelas y niveles culturales que se relacionaban entre sí, enriqueciéndose
o excluyéndose, a través de una influencia recíproca.
La dialéctica explica, por un lado, la dificultad para delimitar concretamente las distintas áreas y esferas culturales, y por otro lado explica la lucha interna de cada cultura por dominar y controlar a las demás. En este sentido podemos distinguir entre una primera época en la que tenemos una cultura más variada y diversificada debido a que las relaciones de poder era más equilibradas y, según avanzamos en el tiempo, vemos que se aprecia una ruptura entre las formas culturales -cuyo origen se encuentra en la alfabetización de las élites sociales-, tomando ventaja la cultura oficial y sabia característica de las élites dominantes en su doble vertiente: lo civil y lo eclesiástico. Esto lleva a modificaciones en la ideología y en las mentalidades, se buscan nuevos vehículos de transmisión cultural, además se marginan aquellas formas que no se ajustan a su sistema de codificación cultural.
Junto al
estado, la Iglesia también realizó una ingente labor de cara a la
cristianización de las culturas: en el paganismo o en las creencias mágicas y
heterodoxas. La intención primordial de clérigos, en primer lugar, y de
magistrados y funcionarios después, era la de eliminar todas las prácticas desviadas importando poco o nada la
manera -desde la censura
o la quema de libros a ejecuciones-. La cristianización acabó por dominar la
cultura, y fue la cultura popular el instrumento base para la dominación
ideológica a través de una campaña destructiva sobre un mundo cultural
fragmentado, y esta dominación fue en consonancia con el absolutismo en la
parte política.
Podemos
distinguir varias fases para esta ruptura:
- Alta Edad
Moderna: Los representantes de la cultura oficial y de la sabia atacaron
brutalmente las creencias y comportamientos de las masas, sobre todo aquellas
que podían suponer algún tipo de transgresión respecto al orden social vigente.
Destacan aquí los humanistas -con la contraposición de clásico contra bárbaro, o
lo que es lo mismo, sabios contra rústicos- y los reformadores religiosos
de las dos iglesias.
- Baja Edad
Moderna: En paralelo al absolutismo. Aquí hay que hablar de cultura impresa,
educación y civilidad, términos con que las clases altas querían desmarcarse de
las masas populares.
La ruptura se dio
de manera clara en Francia durante el siglo XVII cuando las palabras cultura y civilización adopten una acepción lingüística diferenciadora. La
primera se refiere a la cultura letrada -intelectuales y élites- mientras que
la segunda indica una idea de progreso intelectual, técnico, moral y social
-participan amplias capas de la sociedad-; fuera sólo quedaba una gran masa
analfabeta e iletrada, cuya vida discurre entre la superstición y la
ignorancia, sufriendo el desprecio de los otros dos grupos.
Estas culturas
seguirán, a partir de aquí, caminos divergentes. La cultura y religiosidad
popular permanecen aferradas
a conceptos como tradición oral y visual, superstición, magia, devoción,
diversiones, saberes tradicionales. La cultura oficial depura sus
manifestaciones religiosas y sus creencias, impone la tradición escrita,
evoluciona hacia la ciencia y fomenta la educación. Dada esta ruptura, las
élites controlarán la cultura sabia y las clases inferiores se aferrarán a la
cultura popular como vía de transmisión del conocimiento hasta que a mediados
del siglo XVIII se experimentarán los primeros cambios.
Nos ha parecido muy interesante todo el contenido porque nos muestra como se forjó la cultura occidental. Un complemento perfecto a los conocimientos adquiridos en Medieval y Moderna Universal. Además, muy original el diseño que hace cómoda su lectura.
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